lunes, 22 de agosto de 2011



Abro los ojos y despierto en una cama pequeña. Con cuidado me pongo en pie y con pasos temerosos me acerco a la puerta y poso el oído en ella, oigo gritos. Enciendo la luz y poco a poco me voy dando cuenta de en donde me encuentro. Abro la puerta sigilosamente y camino por el largo y estrecho pasillo procurando no hacer ni el más mínimo ruido. Llego al salón y veo a mi madre, llorando y gritando de alegría, acompañada por una niña pequeña, veo en una esquina bolsas llenas, para mi asombro, de cosas mías, de toda mi ropa, de todos mis zapatos, de todos mis peluches, de absolutamente todos los objetos de mi vida. Desvió la mirada hacia la entrada y veo la puerta abierta y a los que fueron mis familiares entrando con regalos para la niña pequeña, se acercan a ella, la besan, la abrazan, le ofrecen su amor. Con el deseo de que esa niña pequeña sea yo, me acerco hacia ella hasta ser capaz de observar su cara, entonces rompo a llorar, lloro tan fuerte que temo romper los objetos de cristal, no, esa niña no soy yo. Con una impotencia y rabia descomunal, recorro cada una de las habitaciones buscando un mínimo recuerdo mío. Nada, ni una pulsera, ni una foto, nada que recuerde a mi existencia. Entonces me doy cuenta de que en el salón nadie se percato de mi presencia, busco un espejo, me pongo delante de él y con miedo levanto la mirada ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué no me reflejo? ¿Por qué nadie me ve? De repente un ruido molesto suena ¿Qué es eso? Entonces me despierto, encuentro mi almohada mojada y aun mis lágrimas cayendo por mis mejillas. Todo era una pesadilla, una pesadilla, si, pero no tan lejos de la realidad. Dirijo la mirada hacia la puerta y veo dos maletas. Empiezo a recordar, no estoy en mi cama pequeña, no abro la puerta y me encuentro un pasillo, no vivo en el mismo lugar, es verdad, me fui de casa, bueno, más bien, me echaron.


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